Por qué Latinoamérica no ha sido tan próspera como Estados Unidos?
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Mientras que Estados Unidos era reconocido por su libertad, en Latinoamérica imperaba la barbarie y la miseria. (Wikipedia) |
No es un secreto que, desde
la Independencia, Latinoamérica entera ha tenido que sobrellevar una trágica
epopeya de estabilidad y prosperidad en toda la región, encontrándose en
múltiples ocasiones con el inminente fracaso que aún hoy nos estorba. No
ocurrió así con nuestros vecinos del norte.
Desde
el principio, en el mismo “Nuevo Mundo” y en el mismo tiempo histórico, Estados
Unidos solo consiguió un continuo éxito desmesurado que se veía representado en
su prosperidad y envidiable estabilidad política.
Afirmar
esto conlleva la estigmatización de traidor a una presunta raza que no se ve
representada en lo que está realmente es, sino en la “conciencia colectiva de
un pueblo, homologada por la emoción territorial”, como explica Ricardo
Rojas en Eurindia (1924).
Sin
embargo, pese a que nuestros mayores deseos de grandeza y deprimentes complejos
de inferioridad nos inciten a querer afirmar lo contrario y a querer
declarar que nuestros más grandes defectos son nuestras virtudes, y que
las mayores virtudes de las potencias “imperialistas”, son sus defectos,
la verdad es innegable: Desde 1492 hasta nuestros días, Estados Unidos ha sido
más próspera que Latinoamérica.
Ya
en 1783 Francisco de Miranda reconocía las virtudes y las diferencias de
Estados Unidos con nuestra fracasada región. “Es imposible concebir una
asamblea más puramente democrática”, escribió Miranda en su diario al tener
contacto con los primeros estadounidenses. “No puedo ponderar el contento y
gusto que tuve al ver practicar el admirable sistema de la constitución
británica”, relató cuando asistió a la Corte de Justicia en Carolina del
Sur, estado cuyo Gobierno despierta su admiración por ser “puramente
democrático, como lo son todos los de los demás de Estados Unidos”.
Miranda
aprecia la completa libertad de culto que se observa en Estados Unidos, y
atribuye las virtudes y prosperidad que encuentra en Estados Unidos a “las
ventajas de un Gobierno libre [sobre] cualquier despotismo”.
Unas
cuantas décadas después, las cosas no habían cambiado mucho. En 1835 Alexis de
Tocqueville también escribe sobre las virtudes de Estados Unidos en su
imprescindible obra De
la Democracia en América (1835).
Ya
para entonces, Tocqueville alababa una “sociedad completamente libre”, una
sociedad compuesta por hombres públicos que ejercería la política de tal manera
que la libertad estuviese siempre presente. También atesoraba la libertad
de prensa en Estados Unidos, la cual impedía el desarrollo de varios males.
Todo
eso ocurría en el norte, mientras que en Latinoamérica, la opresión, la
barbarie, el salvajismo, el atraso y la miseria imperaban. Todo fue durante el
mismo tiempo histórico y en el mismo “Nuevo Mundo”que fue descubierto en
1492. Por lo que cabe preguntarse: ¿Por qué Latinoamérica no ha sido tan
próspera como Estados Unidos?
El
“imperialismo” y la “dominación extranjera” serían las palabras que cualquier
revolucionario utilizaría en su argumento para explicar el fracaso de
Latinoamérica. Sin embargo, eso solo revelaría la más pura ignorancia con la
que algunos “aventureros románticos” han acelerado la destrucción de
la región.
Para
entender la razón por la que Estados Unidos ha sido una región más
próspera que Latinoamérica es necesario leer la imprescindible obra de Carlos
Rangel, Del
Buen Salvaje al Buen Revolucionario (1976).
Los procesos independentistas
Nuestro
fracaso se vuelve comprensible solo mirando los procesos
independentistas en toda América. Los estadounidenses, antes de su
independencia, no sentían desprecio por el Viejo Mundo, sino que querían “construir
sociedades mejor que la europea, donde deberá existir la igualdad social y de
oportunidades, y donde tendrán vigencia los derechos humanos juzgados naturales
por el liberalismo”, escribe Rangel.
Una
vez que los americanos logran la independencia, estos se propondrán “mantener,
desarrollar y mejorar la sociedad que había existido hasta entonces en esos
territorios, no a subvertirlas”. Es decir, la herencia británica iba a ser
reivindicada, honrada y mejorada.
Rangel
destaca que en las colonias inglesas de Norteamérica “el pensamiento de Locke
había llegado a ser tan sutilmente difundido, tan influyente, tan inmediato,
tan folclórico como ha llegado a ser el pensamiento de Marx y Lenin en el
llamado Tercer Mundo”.
Cuando
en 1776 se declara la Independencia, los estadounidenses no plantean un
rompimiento total con los británicos. Mantienen relaciones, tratos y hasta
tradiciones. “No por rechazar la tutela política de Inglaterra, los
norteamericanos dejaron de reconocerse como beneficiarios y continuadores de la
civilización inglesa”.
En
cambio, en Latinoamérica ocurrió lo contrario, se “quiso eliminar por completo
una herencia española que constituía, sin embargo, su única cultura”.
En
nuestra región, la guerra de la independencia fue “una llamarada de odio
antiespañol, una cólera violenta de hijos demasiado largo tiempo sometidos, un
sacrificio ritual del padre”, escribe Jean-François Revel en el prólogo de la
obra de Rangel.
Una
de las causas que se deduce al leer a Rangel es que los norteamericanos no
tuvieron que integrar a su sistema social a los indios que encontraron: los
apartaron o exterminaron, “los colonizadores anglosajones vinieron en busca de
tierra y libertad, no de oro y esclavos. Al indígena, habiéndolo expulsado del
territorio, o exterminado, no tuvieron necesidad de rechazarlo ni de integrarlo
social o psicológicamente”.
Con
respecto a la clase baja si hubo una integración, que de hecho ya Miranda
señalaba en 1784: “comieron y bebieron los primeros magistrados y gente del
país con el pueblo, dándose las manos y bebiendo del mismo vaso”, haciendo
referencia a una barbecue.
Los
pobres fueron integrados a la sociedad, al modelo de movilidad social desde sus
inicios. Esto, a través de la propiedad privada.
En
cambio, en Latinoamérica se buscó la integración de los indios y los
pobres de forma organizada; pero para mantenerlos como instrumento y en la
continua subordinación: “En Norteamérica el indio fue marginado. En
Hispanoamérica se convirtió, al contrario, en el grueso de la población activa”.
El Buensalvajismo, el cáncer de la
región
Por
lo que esta integración de los indios y los pobres no es producto de simple
buenas intenciones, sino que fue utilizada en un principio como motor de la
independencia*, de la lucha contra la corona española y, luego, fueron
utilizados como motor para la lucha en contra de las potencias
imperialistas y para que algunos proyectos revolucionarios se pudiesen
perfilar. Se comenzó a exaltar al indio para batallar por ciertos intereses, y
con esto surgió el mito del Buen Salvaje en Latinoamérica, aquel “hombre bueno
y puro que la civilización busca corromper”.
Desde
entonces, desde que la inocencia humana representada en el indio y el pobre, en
los marginados, se convierte en figura clave e inherente a las sociedades
hispanoamericanas (por múltiples razones), este representa todo lo que
Latinoamérica espera ser, y todo lo que la perversión estadounidense nos
impide.
Rangel
escribe que “por causa del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy un
absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de haber corrompido con su
civilización a los demás pueblos de la tierra, agrupados genéricamente bajo el
calificativo de ‘Tercer Mundo’, los cuales sin la influencia occidental habrían
supuestamente permanecido tan felices como Adán y tan puros como el
diamante”.
Por
lo tanto, “el mito del Buen Salvaje nos concierne personalmente, es a la vez
nuestro orgullo y nuestra vergüenza”. Esta fábula, que con los años se ha
alimentado, se enrosca en el folclore latinoamericano condenando a los
ciudadanos de esta fracasada región a rechazar cualquier vestigio de
civilización y a vivir en la inestabilidad perpetua.
El
repudio a la europeización a partir de la independencia. El rechazo
completo a cualquier influencia del Viejo Mundo y la necesidad
de enaltecer costumbres, por más salvajes que fuesen, solo por el hecho de
que representaban la inocencia antes de la corrupción de la civilización, son
la razón por la que hoy Latinoamérica ha demostrado en varios ocasiones ser un
completo fracaso.
Ricardo
Rojas escribió en 1924: “Los españoles hispanizaron al nativo; pero las indias
y los indios indianizaron al español. Penetraron los conquistadores en los
imperios aborígenes, destruyéndolos; pero tres siglos después los pueblos de
América expulsaron al conquistador. La emancipación fue una reivindicación
nativista, es decir, indiana, contra el civilizador de procedencia exótica”.
Esta
emancipación solo trajo la exaltación de la barbarie como lo auténtico y
autóctono nuestro. Escribe Rangel: “La barbarie sería en cierto modo el estado
natural de las repúblicas hispanoamericanas, el fruto necesario de la combinación
de las culturas aborígenes que hallaron los conquistadores, con la conquista
misma y la colonización española y, finalmente, con las guerras civiles,
comenzando con la guerra de independencia. Antes de esta, cierto grado de
incipiente había encontrado asiento en las ciudades”.
Por
último, el argentino Domingo Faustino Sarmiento —cuyo nombre agrede a cualquier
peronista y quien no idealiza ni al indio, ni al gaucho, ni al folclore— ya
señalaba en el Facundo (1845) que “la superioridad cultural de los pueblos
europeos no hispánicos y de Estados Unidos, es una evidencia de la
civilización”.
Por
lo que Sarmiento insiste en que “dentro del cuadro hispanoamericano, poco
satisfactorio antes de la independencia y ahora desastroso, los únicos asientos
de civilización y por lo tanto los únicos polos desde los cuales la
civilización puede irradiar, son en las ciudades”, aquellos espacios donde la
influencia europea es innegable, donde está “todo lo que caracteriza, en fin, a
los pueblos cultos”.
“Las
tribus salvajes están mejor organizadas que nuestra sociedad rural. El progreso
moral, la cultura de la inteligencia descuidada en la tribu, es aquí no solo
descuidada, sino imposible… La civilización es del todo irrealizable, la
barbarie, normal…” escribió Domingo Sarmiento con respecto a Latinoamérica.
Ciertamente,
cualquiera pudiese esgrimir que las razones se remontan a mucho antes de la
independencia, a la forma de cómo fuimos colonizados y por quiénes —una
innegable diferencia con el proceso de los anglosajones—. Sin embargo, el libro
de Rangel y los escritos de Sarmiento y de Rojas, demuestran la indiscutible
verdad que se refugia en cualquier alegato sobre nuestro fracaso.
La
independencia surgió porque unos pocos debían garantizar y mejorar sus
privilegios. Ahí fue incluida e idealizada toda una comunidad —que se veía como
inmaculada antes de la colonización—, porque esa comunidad era necesaria para
los intereses de algunos, como lo sigue siendo hoy en día. Todo esto acarreaba
el desprecio total, no solo hacia los españoles, sino hacia cualquier
vestigio de civilización extranjera que fuese ajena a los caseríos y a la
naturaleza.
Ese
rechazo completo al única modelo y sistema que conocíamos hasta entonces, al
único orden —por más mediocre que fuese—, derivó en que el “caudillismo feroz”
se convirtiese en el “único remedio a la anarquía” (escribe Sarmiento). A
partir de acá, surge un inquisidor subdesarrollo político, que a su vez tiene
como consecuencia un devastador subdesarrollo económico que aún hoy nos impide
prosperar.
*Nota
del autor: De
hecho, señala Sarmiento que “para los indios, los negros, los mestizos y los
mulatos (y aun para los blancos pobres), la libertad, la responsabilidad del
poder, ‘todas las cuestiones que la revolución (independencia) se proponía
resolver, eran extrañas a su manera de vivir, a sus necesidades. Pero
eventualmente, todas las castas inferiores en la sociedad hispanoamericana se
convencieron de que sustraer a la autoridad del Rey sería agradable, por cuanto
era sustraer toda autoridad. El resultado sería el regreso a la barbarie
en todas las zonas rurales de Hispanoamérica y el caudillismo feroz como único
remedio a la anarquía“.
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