De nuestras apatías y distracciones
Hay
preguntas que los lectores ya no nos hacemos al respecto de la literatura
guatemalteca: ¿Cuál es la línea literaria que siguen los escritores
guatemaltecos contemporáneos (en el supuesto de que exista una)?, ¿cómo es
recibida la literatura guatemalteca en el extranjero?, ¿quiénes serán los
nominados al Premio Nacional de Literatura del año en curso?, etcétera.
Perdimos
la inquietud en cuanto a lo que los literatos guatemaltecos tienen para ofrecer;
somos sedentarios. Quizá sea porque asumimos la derrota en un silencio
indiferente, y preferimos encasillarnos en lo que dicta nuestro irrefutable
interés intelectual, todo como parte de un insipiente circo individualista al
que nos sumamos casi sin darnos cuenta, pecando de ingenuos. No obstante, las
razones que justifican el desinterés en el quehacer literario en Guatemala no
son pocas, así como tampoco serán pocos los argumentos que atentan en contra de
la calidad de lo que se está editando y publicando de momento. Válida o no,
nuestra actitud frente temas relativos a la producción literaria guatemalteca
merecedora de renombre es cuestionable.
Al
respecto de lo anterior, lamenté mucho conocer a medias que la poeta Delia
Quiñónes ganó el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias la semana
pasada, mismo que se le otorgará el próximo 18 de octubre, en un evento formal.
Mi sentir se debió a que la nota periodística –de precaria profundidad en su
contenido– más que escueta, fue incompleta y poco justa. De la misma manera
supe que María del Rosario Molina fue agregada –por fin– en la AGLE (Academia
Guatemalteca de la Lengua Española), como miembro de número de este año. Pero
mi desagrado por la naturaleza breve de estas noticias competentes a la cultura
guatemalteca no es culpa del periódico que las publicó, así como tampoco del
Ministerio de Cultura y Deportes que otorgó el premio, ni del Acuerdo
Ministerial, ni mucho menos. Señalar culpables resulta estéril.
En
cuanto al Premio Nacional, la situación fue agridulce: por un lado es de
celebrar que Delia sumara a sus frutos literarios el Premio Nacional de
Literatura, pero no dejó de causarme desasosiego advertir la escasa cobertura
mediática de dicha premiación. Pero como ya dije, la culpa no es de los medios
ni de los periodistas, dado que ellos se deben a las necesidades informativas
de las mayorías. Todo es un juego de intereses y de compraventa donde nadie es
víctima ni victimario de nadie.
A
lo mejor los lectores guatemaltecos o los profesionales de las letras formamos
un consorcio de desertores renuentes que nos resistimos a superar las glorias
pasadas de Cardoza, Luis de Lión o Asturias, porque nos aferramos a nuestros
propios dictámenes, que desembocan en un profundo abandono. Asumiendo una
postura crítica, es nuestro deber reconocer el aporte al anonimato de los literatos
guatemaltecos activos de bajo perfil, mismos que no figuran (ni lo harán) en la
lista de los nominados al mayor galardón literario anual, por valiosos que sean.
En Guatemala hay escritores que vale la pena sacar a la luz por el bien de la
literatura nacional. Ejemplos sobran. Uno es el narrador Eduardo Juárez y otro
es el poeta metafísico Julio Manuel Girón, y así puedo enlistar muchos más.
Mi
intención no es izar un falso nacionalismo a favor de la literatura
guatemalteca, porque la literatura es un ejercicio artístico y no un sujeto
cuya cédula le conceda la nacionalidad y el gentilicio del terruño. Mi
intención es retomar el interés en los literatos que persisten, en los que
aspiran al reconocimiento, en los que crean literatura sin fines egotistas ni
lucrativos, así como dar protagonismo a los escritores periféricos. Dejemos la
sentencia; si son buenos o no, eso lo dicta el tiempo, el más cruel pero justo
juez de una obra literaria.
A
lo mejor es un sacrificio titánico el no distraernos con los desaciertos del
gobierno farandulero, o con la fatal ruptura de Brangelina (costará reponerse de eso), o con los intencionales y
ensayados berrinches performáticos de la Glow; pero el error no es distraerse
sino permanecer distraído y pagar la factura siendo cómplices de la nulidad de lo
importante. Si hacemos algo tan sencillo como dar una oportunidad a los
literatos emergentes dejando la apatía, o si nos cuestionamos asuntos de
verdadero valor cultural, veremos que este paisito no es mierda como se dice
por ahí.
Por Rubí Véliz Catalán
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