De Coppola a Mascagni: Cavalleria rusticana
Por Rubí Véliz
¿Quién sabe? Puede que una vez vista Cavalleria rusticana, la trilogía de
Coppola perfile fielmente para usted el panorama de las costumbres sicilianas e
italoamericanas y deje de ser solo una serie de películas de matones refinados;
o puede que, mientras usted lee estas palabras, la producción cinematográfica
de Coppola conduzca a alguien hasta el libro de Puzo o hasta la ópera de Pietro
Mascagni. Mi experiencia es prueba de que en cualquier momento y a cualquier
edad puede darse un primer encuentro con la ópera.
Mi primer acercamiento con la ópera Cavalleria rusticana fue a través de la
tercera y última parte de la trilogía cinematográfica El Padrino, dirigida por Francis Ford Coppola y adaptada del libro
homónimo del escritor italoamericano Mario Puzo. Para entonces mi criterio y valoración
de la música eran casi tan escasos como mi edad: tenía diez años. Era 1998 y
desconocía la dimensión artística de lo que salía de esa diminuta pantalla del televisor.
Recuerdo la
pulsión que sentí en el estómago al escuchar cómo uno de los personajes de la
película cantaba en otro idioma, algo que a mi juicio de niña se escuchaba bonito
por ser diferente a lo que sonaba en la radio: ese algo se llamaba ópera; lo
supe un tiempo después. Desde entonces decidí involucrarme en ese mundo ajeno
tanto en su representación como en su estudio como fenómeno sociocultural,
artístico e histórico. Lo decidí medio en serio y medio en broma.
Ese arranque
impulsivo al final de mi niñez surtió numerosos frutos. Los estudios musicales y
literarios me condujeron a conocer que Cavalleriarusticana es una pieza operática de finales del siglo XIX cuyo argumento (al
igual que hizo Coppola con El padrino)
tomó el compositor italiano Pietro Mascagni de la obra teatral homónima Cavalleria rusticana, del escritor
italiano Giovanni Verga. Esta ópera está apadrinada por un movimiento artístico complejo:
el verismo, que se apropió de algunos elementos del naturalismo francés de
Émile Zola al mismo tiempo que perseguía barrer las cenizas que quedaban del romanticismo
alemán por su excesiva fijación en el yo
sentimental.
Tanto en la
literatura como en la música, los artistas del movimiento verista procuraban la
desmitificación de los roles de género, clases sociales y los fallos de
instituciones como la iglesia y la familia. En una idea simple, el verismo italiano
tomó ventaja de las brusquedades del naturalismo y de las flaquezas del
romanticismo, creando así un panorama donde los temperamentos chocan como aguas
contra rocas, distanciándose de lo mítico y lo fantástico. Por otro lado, las
arias festivas gozan de una composición ornamental vocal menos elaborada que no
alude estrictamente al impacto sensible sino al choque psicológico del
espectador; un incuestionable ejemplo es el aria Il cavallo scalpita y Addio ala madre.
Cavalleria
rusticana
es una ópera donde impera el contraste: amor/odio, fidelidad/infidelidad,
religiosidad/blasfemia, verdad/mentira, vida/muerte, todo ambientado en la
arenosa y soleada Sicilia del siglo XIX. Una hora y nueve minutos de un festín de
bajas pasiones desatadas durante un día de pascua. Personalmente recomiendo la
producción tipo film que Franco
Zeffirelli hizo junto a Plácido Domingo, Elena Obraztsova, AxelleGall y Renato
Bruson en 1982.
Si disfrutamos
el análisis exhaustivo, esta ópera da para mucho. Ya sea desde la perspectiva
literaria, histórica, musical o hasta psicológica, Cavalleria rusticana conmueve, no por el tono telenovelesco de su
argumento, ni por su asunto cerrado en la infidelidad de una mujer sacrílega, o
por el soberbio orgullo de dos hombres de egos frágiles; conmueve porque el
porcentaje de realidad atemporal que representa es familiar y cercano al
desenfreno primitivo en el que nos sumergimos cuando nos embriaga la razón los
vapores del amor celoso, ese que llega una vez a la vida de cada ser humano; amor que André Bretón definió como “loco” en
su libro El amor loco.
Pero no me crea
todo lo que le digo porque mi opinión no es más que la de una diletante joven
cuya formación musical es más autodidacta que académica, ceñida a una escasa
experiencia como estudiante de canto operático. Mi intención es prender para
usted el cohetillo de la curiosidad y relacionar producciones de mayor alcance,
como lo hice a través de mi anécdota con la película El Padrino III, con piezas artísticas con un espacio fijo en la
historia del arte.
Comentarios
Publicar un comentario